…Frutillar…
¡”¡¿De un frutillar?!”, sí, a la sombra de un frutillar. Así de chiquita y de grande era. Todos nosotros éramos sus soles, sus soles que llegaban de lejos para acariciar sus sonrosadas mejillas. Ni bien golpeábamos a su puerta ella se asomaba con un cuenco azucarado de frutillas. Y ni bien partíamos comenzaba la tormenta, las lagrimas parecían aventurarse en su rostro y al cerrar la puerta de su hogar regresaba al huerto a cuidar a sus retoños para volver a recibirnos el día que decidiéramos regresar, era el ciclo de la vida, el ciclo de su vida.
Venía de lejos, era de esos sobrevivientes extraños de segunda guerra mundial…si, de esa gente que aunque no haya estado allí trae en sus raíces los desprecios de otros lugares, de otros países. La vida te enseño a trabajar y amar…sé lo que muchos dicen de ti: fría, dura, con carácter….yo solo te recuerdo debajo del frutillar, frágil, encantadora, ruborizada. Entiendo que fue difícil arar, cultivar, mezclar, airear, carpir, rastrillar…esa fue tu escuela y aquí estamos tus estolones soñándote, soñando que eres ahora…nuestro sol.
Cómo se nos anclan los recuerdos en el alma y tú te me encallaste de una manera verdaderamente inolvidable. Te me metiste al punto de verme al espejo y…ahí estas, se que nunca dije adiós y tal vez estos colores es la manera en que la vida me cachetea recordándomelo. Ese bendito reflejo en el espejo. Estos ojos, esta piel, estos anteojos, estas manos, estos huesos… ¿nunca te fuiste verdad?
Regresé a tu hogar. El silencio y el vacio me invadió, llamé a la puerta y nadie salió. Entré como ingresa un creyente a su templo sagrado, sentí la mirada de los dioses observándome, como curioseando, creo que se preguntaban cómo era que me atrevía a estar allí; Sentí tu aroma y como sabueso me deje llevar…deje el comedor atrás, visite tu cocina, salgo a tu jardín y allí estas…a la sombra de mi frutillar.
(…)